En el mes de octubre, Sinesio López, (politólogo y catedrático universitario, ex director de la Biblioteca Nacional) y, Jaime de Althaus (antropólogo y conductor del programa político la hora N), debatieron abiertamente, desde sus columnas en los diarios, la República y el Comercio, correspondientemente, temas de carácter político, sociológico y económico, mostrando cada uno de ellos sus puntos de vista sobre estos, siempre polémicos, temas de discusión nacional. Este debate, considero, tiene un carácter relevante, porque ha sido abordado de manera dogmático, por dos intelectuales muy bien preparados. Un buen debate presenta certezas y razones que permiten sustentar mejor y descartar los malos argumentos de las posiciones en pugna, con lo cual todos ganamos. Eso dice, Martín Tanaka y yo lo suscribo.
Por ello, es importante que la polémica que sostuvieron ambos personajes no pase inadvertida y, al contrario, se saque conclusiones y reflexiones sobre ambas posturas académicas, por cierto, para entender más, estos complejos temas que son necesarios para interpretar nuestra realidad nacional.
Sintetizando, se puede decir que según, López, viviríamos un capitalismo “salvaje”, un neoliberalismo carente de legitimidad, “impresentable”; a lo más podrían reconocerse algunos logros, pero muy parciales y poco significativos. Por esta razón, necesitaría imponerse por la fuerza: recurrir a la represión y a mecanismos de presión constante sobre sectores críticos. García encarnaría la defensa de un modelo “herido de muerte”. Por su lado, Althaus, resalta los buenos resultados de las reformas orientadas al mercado: la economía se habría diversificado y articulado, descentralizando e integrando al país, creando una nueva clase media emergente, reduciendo nuestras distancias sociales. Y si es que no se ha logrado más sería por culpa de la herencia del modelo anterior y de la inacción del Estado.
Polémica, López – Althaus; tomado de La República y El Comercio, respectivamente
Las protestas y las armas Por: Sinesio López Jiménez
La autorización del gobierno a la Policía para disparar contra las multitudes contestatarias cierra el círculo de la enemistad pública y de la violencia institucionalizada en el seno mismo del Perú. Enemigo ya no sólo es el otro –el Estado extranjero– con el que se libra una lucha intensa. Por disposición del gobierno, de hoy en adelante es también enemigo el pueblo que protesta.
En virtud de esa declarada enemistad, la Policía está autorizada a disparar. Las armas, desde las más simples hasta las más sofisticadas, son medios para eliminar al enemigo público. Sólo a éste se le puede aniquilar. A los enemigos privados se les puede perdonar e incluso amar.
Cuando el evangelio aconseja perdonar a nuestros enemigos (“diligite enemicos vostros”) se refiere, no a los enemigos públicos, sino a los enemigos privados. A los enemigos públicos no se les ama, se les liquida con el arma. A diferencia de los otros idiomas, sólo el latín diferencia los tipos de enemistad en el lenguaje mismo. Enemicus es el enemigo privado y hostes es el enemigo público.
García extiende la enemistad pública de la política internacional al ámbito nacional. ¿Quién es el enemigo para García? Como él mismo ha declarado, los enemigos, con los que el Perú libra una guerra fría, son los países que se oponen al modelo económico (neoliberal) y que proponen el populismo y el estatismo. Esos países, según el mismo García, tienen sus agentes internos (las protestas sociales) a los que hay que tratar como a los enemigos externos: con las armas.
Como se ve, García es un modelo de coherencia política hasta en el error: no diferencia donde debiera diferenciar. Hay que acabar con las protestas sociales porque ellas se oponen y obstaculizan el funcionamiento del modelo neoliberal y porque juegan en pared con el enemigo externo (Venezuela, Ecuador, Bolivia y otros). Preguntas para García y Joselo: ¿Es esa o no la coherencia de la política internacional con la política nacional? ¿Es el modelo económico (los intereses del gran capital) el criterio central que define la política internacional del Perú?
¿Por qué García tiene que apelar a las armas para defender el modelo neoliberal? Por varias razones claramente articuladas. En primer lugar, el capitalismo salvaje es (Cipriani dixit) impresentable en su contenido: un capitalismo voraz sin derechos ni garantías para el trabajo, inversión y acumulación sin distribución, autorregulación del mercado sin autoprotección de la sociedad, políticas económicas para los ricos y políticas sociales para los pobres. En segundo lugar, estas características del capitalismo salvaje inducen a los gobiernos neoliberales a utilizar formas de decisión y de gestión autoritarias para hacerlo viable: concentración del poder en la cúspide, gobierno secreto con decretos de urgencia, hiperactivismo legislativo (sin debate público) del Ejecutivo por delegación de facultades del Congreso y aplicación vertical de las políticas públicas. Con estas formas de decisión y de gestión, los gobiernos neoliberales quieren, además, evitar la presión social, el escrutinio público y la rendición de cuentas.
En tercer lugar, la imposición y el funcionamiento del capitalismo salvaje requieren ciertas condiciones sociales y políticas: una sociedad derrotada, atemorizada y desmovilizada y una oposición política débil y sin alternativas (como en los tiempos de Fujimori). Estas condiciones se logran con la ilegalización de las protestas sociales, la persecución de las ONG y la represión indiscriminada. ¿Significa esta tesis que nunca hay que apelar a las armas en el plano interno?
No, en modo alguno. Además de la legítima defensa, hay dos situaciones que permiten usar las armas legítimamente en el plano interno: el crimen organizado y los grupos armados que cuestionan el legítimo monopolio estatal de la violencia.
López en Venezuela Por: Jaime de Althaus Guarderas
Sinesio López (“La República” (4/9/2009) argumenta que Alan García apela a las armas (el proyecto de ley que autoriza a la policía a disparar) para defender el modelo neoliberal, que impone un capitalismo salvaje “sin derechos ni garantías para el trabajo, inversión y acumulación sin distribución, políticas económicas para los ricos y políticas sociales para los pobres”.
Bueno, es increíble. La mayor parte de los trabajadores carece de derechos laborales debido al altísimo costo de la legalidad laboral, heredera del velasquismo y tenazmente defendida por la CGTP y la izquierda, verdaderas oligarquías laborales. Fueron ellas las que se opusieron a cualquier intento de reforma que permitiera formalizar el trabajo y extender los derechos laborales.
¿Inversión y acumulación sin distribución? Por favor. Por primera vez en 100 años las regiones están creciendo más que Lima y la brecha centralista tiende a reducirse. La desigualdad al interior de las ciudades ha disminuido. Solo la distancia con la sierra rural —menos conectada al mercado, precisamente— se ha ampliado. Aquí es el Estado el que está fallando, no el mercado.
¿“Políticas económicas para los ricos y políticas sociales para los pobres”? Frase efectista, pero poco seria. La apertura de la economía permitió redistribuir los privilegios rentistas de los sectores urbano-industriales hacia los sectores populares, que incrementaron su ingreso real. El mismo efecto tuvo la derrota de la inflación, hija del populismo, así como la eliminación de los controles de precios, que generaban escasez y carestía. Por eso ha tendido a reducirse la desigualdad urbana y ha surgido una nueva clase media emergente en las principales ciudades, impulsada además por la titulación masiva que ayudó a la revolución del microcrédito de los últimos diez años, y por las privatizaciones que permitieron extender los servicios de telefonía y otros de una manera exponencial.
La apertura engendró una nueva industria, mucho más articulada a nuestros recursos y exportadora, como la de confecciones, que da mucho empleo. Se desató la revolución exportadora de la costa, que creó una nueva clase trabajadora de más de 250.000 personas con derechos laborales, y las empresas azucareras pudieron recapitalizarse pagando la gigantesca deuda laboral engendrada por el cooperativismo velasquista, y restableciendo los derechos laborales de sus trabajadores. Los productores más pobres, los de papa en la sierra, recuperaron su mercado interno (el consumo per cápita de papa, que cayó de 100 kilos en 1970 a 33 kilos en 1990, volvió a remontar a 80 kilos en la actualidad). Etcétera…
Añade López que, para imponer ese “capitalismo salvaje” (¿cuál?), los gobiernos neoliberales necesitan imponer formas autoritarias: “Concentración del poder en la cúspide, gobierno secreto con decretos de urgencia, hiperactivismo legislativo (sin debate público) del Ejecutivo por delegación de facultades del Congreso y aplicación vertical de las políticas públicas”. Parece que se equivocó de país: eso es Venezuela. Perdón, Venezuela es peor.
Economía y política Por: Sinesio López Jiménez
Estamos discutiendo sobre un moribundo y su destino: el capitalismo salvaje. Jaime Althaus cree que no está moribundo ni es salvaje. Lo piensa más bien como un dechado de virtudes: eficiente, distributivo (equitativo), inclusivo, democrático. Yo pienso todo lo contrario. Sostengo que la crisis actual lo ha herido de muerte y que hay que enterrarlo sin honores. Será sustituido, espero, por un socialismo democrático en el largo plazo y en el ínterin, al menos, por un capitalismo democrático.
Sostengo que el capitalismo salvaje ya no es viable, no sólo porque se ha hundido con la crisis internacional que hoy vivimos, sino también porque las condiciones políticas que permitieron su emergencia y su vigencia han cambiado drásticamente en el Perú y en A. Latina. El modelo neoliberal, como todo modelo de desarrollo, no es sólo un asunto técnico-económico sino también político.
Requiere ciertas condiciones políticas que le permitan instaurarse y funcionar. Una primera condición es una crisis profunda del viejo modelo populista, sentida incluso en la piel y en los estómagos de la gente que exigió su cambio a gritos. De eso se encargó el desastroso primer gobierno de García. Una segunda condición es la derrota de la antigua coalición social y política que sostenía ese viejo modelo que ya no tenía quien lo defienda. Ni organismos empresariales, ni sindicatos, ni partidos políticos salieron en su defensa. Todos estaban en la lona: derrotados. De eso también se encargaron García, Guzmán y el mismo Fujimori.
Una tercera condición es una nueva coalición social y política que lo impulse y lo imponga si es necesario, tal como sucedió en la mayoría de países de AL. Esa coalición estuvo integrada, en el caso peruano, por los organismos financieros internacionales, los inversionistas extranjeros y la burguesía local.
Se fortaleció, luego del golpe de Fujimori, con la cúpula militar y también con los sectores conservadores de la Iglesia. Una cuarta condición es la existencia de un equipo tecno-político que despliega ciertos modelos de decisión, de gerencia y de gestión que ayuden a darle viabilidad: concentración del poder en la cúpula, gobierno por sorpresa (decretos de urgencia), hiperactivismo legislativo del Ejecutivo y aplicación autoritaria de las políticas públicas. Una quinta condición es la existencia de una correlación internacional de fuerzas que le den al modelo económico largo aliento y amplios horizontes.
¿Qué ha pasado con el capitalismo salvaje? ¿Se mantienen aún las condiciones que lo hicieron viable? Mi hipótesis es que esa forma de capitalismo ya no es viable como modelo de desarrollo, no sólo por la profunda crisis actual que casi lo ha enterrado, sino también porque las condiciones que le dieron origen y que permitieron su pervivencia han cambiado. En primer lugar, las estadísticas de esa crisis son incuestionables. Sólo falta que ella llegue agresiva y masivamente a la conciencia y a los puños de la gente. Que sea intolerable y rechazado por todos.
En segundo lugar, la coalición que sostenía que el modelo se ha debilitado y resquebrajado y, a medida que la crisis se profundice y aparezcan otras opciones, sufrirá nuevas grietas. En tercer lugar, han emergido y van a seguir surgiendo nuevas propuestas para sustituir el modelo en AL y en el mundo.
En cuarto lugar, la correlación internacional de fuerzas ya no apuesta al capitalismo salvaje luego de las recientes experiencias traumáticas de la crisis internacional del capitalismo. Pese a estos cambios en las condiciones de funcionamiento del capitalismo salvaje, García insiste en mantenerlo.
¿Cómo? Mi hipótesis es que un modelo económico agotado, cuestionado, políticamente inviable sólo puede ser mantenido apelando a la fuerza. Si la política falla en defensa de la economía, entonces es la hora de las armas. Esa es la tesis de García y sus aliados.
Le pregunto a Sinesio Por: Jaime de Althaus Guarderas
Sinesio López me responde pero no refuta nada. Más bien insiste en la tesis de que lo que tenemos desde los años 90 es un capitalismo tan salvaje que solo pudo imponerse en el Perú por la fuerza, gracias, entre otras cosas, a una concentración autoritaria del poder. Y ahora por las armas.
Vuelvo a preguntarle, entonces, a Sinesio, si el hecho de que las regiones estén creciendo más que Lima por primera vez en 100 años es más salvaje que la anterior concentración creciente de la riqueza. Le pregunto si la nueva industria, mucho más articulada a nuestros recursos, más empleadora y más exportadora es más salvaje que la vieja industria protegida, ensambladora y centralista que expoliaba el mercado interno sin comprarle nada. Si la nueva balanza alimentaria, que le ha devuelto el mercado interno a los productores de papa —los más pobres del país— y ha recuperado autoabastecimiento en leche y azúcar, es más salvaje que el viejo subsidio populista a alimentos importados despojando a los campesinos de su mercado interno. Si el ingreso de capitales privados a las grandes empresas azucareras que ha saldado la ominosa deuda laboral y paga sueldos al día es más salvaje que la ruindad de las cooperativas azucareras que no pagaban a sus trabajadores ni a sus jubilados y donde los derechos laborales eran nostalgias burguesas. Si los nuevos fundos agro exportadores que han creado una nueva clase trabajadora con derechos laborales son más salvajes que la agricultura de subsistencia muerta de hambre que dejó la reforma agraria. Si la emergencia de pequeños agricultores que se conectan a cadenas exportadoras o que exportan ellos mismos café orgánico, mango, bananos y otros productos es más salvaje que la inopia languideciente del pasado.
Le pregunto a Sinesio si la nueva inversión minera, ambiental y socialmente responsable, es más salvaje que la vieja minería contaminadora. Si las nuevas concesiones forestales —más grandes y duraderas— son más salvajes que las viejas pequeñas concesiones de un año que fomentaban la depredación del bosque. Si el nuevo sistema de cuotas de pesca es más salvaje que la carrera desbocada por la anchoveta.
También le pregunto si es salvaje la nueva clase media que ha emergido en los distritos periféricos de las ciudades y los modernos centros comerciales a los que acude. Si la titulación masiva y la revolución del microcrédito son más salvajes que la vieja concentración mercantilista del crédito. Si la estabilidad y la libertad de precios son más salvajes que la inflación, la carestía y las colas provocadas por los controles de precios.
También sería bueno que Sinesio nos dijera si una ley que reduce los costos de la legalidad para que muchos trabajadores puedan acceder a derechos laborales le parece más salvaje que la que excluye de esos derechos a las mayorías. Si le parece más salvaje una carrera magisterial con evaluaciones y remuneraciones mucho mejores, que la estabilidad laboral absoluta con bajos salarios y bajísima calidad. Respóndame, por favor, Sinesio.
El paraíso de Jaime Por: Sinesio López Jiménez
Para que nuestra discusión no sea un diálogo de sordos, Jaime, pongámosle un cierto orden. De ese modo podemos entendernos nosotros mismos y nos pueden entender nuestros lectores (si los tenemos).
Creo que es necesario, por un lado, diferenciar la política de la economía, reconociendo la lógica de cada una de ellas. La política se define y adquiere sustancia propia en la lucha por el poder del Estado (el monopolio de la ley y de la coerción) para crear un orden legítimo.
La economía capitalista se caracteriza, en cambio, por la búsqueda de creación de la riqueza a través de la inversión, la producción, la acumulación y la distribución. Pero diferenciar no es separar sosteniendo que una nada tiene que ver con la otra.
La diferenciación permite establecer una mejor relación entre ellas. No hay economía capitalista sin política ni política sin economía. No basta la racionalidad del mercado para que este se imponga. Necesita la racionalidad del poder.
En palabras del joven Hegel (refiriéndose a la relación entre la libertad y el Estado), no basta el poder de la razón: se requiere también la razón del poder. Eso hace que la libertad se desarrolle dentro de la ley.
Sugiero, por otro lado, establecer la relación de la economía con la política en tres momentos del modelo neoliberal: la instauración, la consolidación (o funcionamiento para quitarle todo sentido teleológico) y la crisis.
Jaime de Althaus sostiene que el modelo económico es tan racional que no necesita de la política (menos aún de la fuerza) para instalarse ni para funcionar. El neoliberalismo es un modelo descentralizado (las provincias crecen más que Lima), diversificado (crece en diversos sectores), reductor de las brechas regionales y sociales (disminuye la pobreza), eslabonado (con articulaciones entre diversos sectores de la economía, incluidas la minería y la agricultura), generador de mucho valor agregado y de trabajo, tecnológicamente innovador, estimulador del desarrollo de una nueva industria desprotegida y exportadora, democratizador del crédito y estable (sin inflación).
Todo esto se ha logrado gracias a que se desmontó la anterior economía mercantilista del populismo y en su lugar se ha instaurado una economía autorregulada del mercado. Sostiene asimismo que estos cambios económicos han dado lugar al surgimiento de nuevos sectores empresariales, de clases medias emergentes, de una nueva clase trabajadora con derechos (en las antiguas cooperativas agrarias) y de menos pobres.
A De Althaus le parece irracional oponerse a este modelo. Es increíble, exclama, que haya gente que se oponga. Supone que, por ser racional, el modelo debe ser consensual, olvidando que el supuesto consenso (inexistente por cierto) es también un tipo de política.
En un próximo artículo discutiré detenidamente lo que Guillermo Rochabrún ha llamado el núcleo racional de la argumentación de Jaime. Por ahora quiero decir al paso que me gustaría vivir en el paraíso que describe y concentrarme más bien en la relación economía y política sólo en el momento de la instauración del neoliberalismo.
¿Acaso el desmontaje de la economía rentista pre-1992 y la instauración de una economía de mercado hubieran sido posibles sólo por la fuerza de la razón de ésta sin el requerimiento de ciertas condiciones políticas, entre ellas una aplastante correlación de fuerzas a su favor? Para entendernos mejor, la pregunta clave que hay que formularse al respecto es: ¿por qué Belaúnde y Ulloa, a diferencia de Fujimori y Boloña, no pudieron realizar (en el segundo gobierno de FBT) el proyecto neoliberal que compartían? La respuesta es obvia. Los tigres (Belaúnde y Ulloa) no tuvieron las mismas condiciones políticas favorables con las que contaron los tigrillos (Fujimori y Boloña). Estos encontraron que el Perú era una pampa (sin opositores) en donde podían instalar incluso un capitalismo sin derechos (salvaje).
Añoranzas del antiguo régimen Por: Jaime de Althaus Guarderas
Ya van dos artículos de Sinesio López y no me responde. Más bien contesta a un argumento que yo no he hecho. Señala que yo sostengo que el modelo económico es tan racional que no necesita de la política (menos aun de la fuerza) para instalarse ni para funcionar. Yo no he dicho eso. Lo que estoy discutiendo es la premisa de la afirmación de Sinesio: “Este capitalismo es salvaje, por tanto necesita de la fuerza (y otras condiciones) para imponerse”. Estoy discutiendo la primera parte de esa proposición: que este capitalismo sea salvaje, o más salvaje que el anterior —rentista y estatista (o socialista)—, que tuvimos en los años 70 y 80. Porque si la premisa no es cierta, la conclusión tampoco.
Sinesio me responde indirectamente con una pregunta: “¿Acaso el desmontaje de la economía rentista antes de 1992 y la instauración de una economía de mercado hubieran sido posibles solo por la fuerza de la razón de esta sin el requerimiento de ciertas condiciones políticas, entre ellas una aplastante correlación de fuerzas a su favor? Para entendernos mejor, la pregunta clave que hay que formularse al respecto es: ¿Por qué Belaunde y Ulloa, a diferencia de Fujimori y Boloña, no pudieron realizar (en el segundo gobierno de FBT) el proyecto neoliberal que compartían? La respuesta es obvia. Los tigres (Belaunde y Ulloa) no tuvieron las mismas condiciones políticas favorables con las que contaron los tigrillos (Fujimori y Boloña). Estos encontraron que el Perú era una pampa (sin opositores) en donde podían instalar incluso un capitalismo sin derechos (salvaje)”.
Para comenzar, acá el argumento de la fuerza desapareció por completo. Ahora se trata de “ciertas condiciones políticas”. Completamente de acuerdo. El poder de los grupos rentistas —industriales, trabajadores protegidos, empresas públicas, etc.— era mucho más fuerte a inicios de los 80 que a inicios de los 90, cuando el orden que los beneficiaba, atrapado en sus contradicciones internas, se derrumbó en medio de la hiperinflación. Ese capitalismo estalló porque era en sí mismo una bomba de tiempo. Se basaba en la extracción de rentas o ingresos de las mayorías por parte de grupos favorecidos. Se agotaba a sí mismo.
Colapsado el sistema que los favorecía, aquellos grupos no tenían fuerza política para oponerse a un nuevo orden que eliminara sus privilegios. Es cierto. Absolutamente cierto. Pero llamar a dichos privilegios “derechos”, solo indica que se está haciendo ideología para defender los intereses de los grupos que perdieron sus prebendas. Es la nostalgia del antiguo régimen.
Los dos Perú de siempre Por: Sinesio López
Jaime de Althaus confunde su biografía con la historia del Perú. Cree que la historia del capitalismo en el país comienza con él (y con Fujimori). Piensa que el modelo neoliberal es la única revolución capitalista y que las anteriores formas de desarrollo capitalista (el modelo oligárquico-exportador y la industrialización sustitutiva de importaciones) no eran tales sino que eran economías rentistas. De Althaus ve solo las rupturas, pero es ciego ante las continuidades del pasado.
Ciertamente hubo un cambio en la estructura de la propiedad, en el establecimiento de una economía de mercado y en el descentramiento del Estado, pero hubo también continuidades importantes: “El nuevo modelo se construyó sobre la estructura estatal anterior, es decir, las inversiones vinieron principalmente atraídas por las privatizaciones de las empresas estatales que estaban ubicadas en los sectores primarios (minas, agricultura) y de servicios (energía, bancos, telecomunicaciones, hoteles, etc.), este fue un cambio en la propiedad y la gestión y continuidad en los sectores” (Gonzales de Olarte, 2008).
Como el modelo oligárquico-exportador, el neoliberalismo peruano es también un capitalismo inducido por la demanda externa de materias primas de China, de Europa y de EEUU. Sus impulsos vienen de afuera y su dinámica y su crisis dependen de afuera.
Por esa razón Efraín Gonzales de Olarte caracteriza al neoliberalismo peruano como un modelo primario exportador y de servicios (Peser). Junto a las minas y a los servicios se ha desarrollado, es cierto, un sector industrial articulado a la agroexportación y a los servicios. Salvo este último sector, el neoliberalismo despliega una producción basada en una alta intensidad de capital y en poca absorción de mano de obra.
Su eslabonamiento a otros sectores de la economía es muy débil, lo que reduce su efecto multiplicador en la producción y en el mercado. Además, el neoliberalismo ha fragmentado el mundo del trabajo y ha destruido su capacidad de acción colectiva diferenciando a los trabajadores en planilla de los contratados, los services, etc. En el sector minero, por ejemplo, solo el 30% está en planilla y el 70% es mano de obra volátil y sin derechos: no tienen seguro, ni vacaciones, ni jubilación.
El neoliberalismo es un modelo de desarrollo centrado en la costa, en Lima y en muy pocos oasis de otras regiones: “En 1940 Lima tenía 645 mil habitantes y representaba el 10% de la población del Perú. Hoy en día concentra unos 8 millones de personas, es decir, 30% de la población y alrededor de la mitad del PBI. El ingreso familiar per capita equivale a 3.7 veces el de Ayacucho. El problema es doble. Por un lado, estas brechas de ingreso son muy grandes y, por el otro, el diferencial no tiende a cerrarse” (Economía y Sociedad, 72, septiembre 2009).
La costa crece, se desarrolla, se diversifica, distribuye empleos e ingresos, reduce la pobreza, pero la sierra y la selva permanecen estancadas. La costa está articulada por el mercado mientras la sierra busca integrarse a través de la demanda de nación y de más Estado. Mientras la pobreza se ha reducido de 36.1% en 2004 a 25.7% en 2007 en la costa, ella solo se ha reducido de 64.7% al 60.1% en la sierra en el mismo período (Francke, 2009). La desigualdad, en cambio, sigue victoriosa. Pese a que el Perú ha tenido en estos últimos 7 años altas tasas de crecimiento, el alto nivel de desigualdad casi no se ha movido.
El neoliberalismo es asimismo poco distributivo. Pese a que el crecimiento del PBI y la rentabilidad promedio de las empresas han crecido significativamente los sueldos y salarios no han mejorado. La participación del trabajo en el PBI ha bajado de 25% en el 2002 a 21.9% en el 2007. La distribución del ingreso presenta cifras de escándalo: el sueldo promedio del sector A es 20 veces más que el salario promedio del sector E. (Campodónico. 2009).